El próximo viernes 24 de febrero se cumplirá un año de la invasión de Ucrania por parte de Putin. Si en aquel momento me hubieran dicho que hoy estaría escribiendo un primer balance en plena contienda, no lo hubiera creído. Mantuve —como otros muchos analistas—que la guerra sería corta y que el ejército ruso se merendaría Ucrania en unas semanas. No ha sido así. Una demostración más de que en los tiempos de incertidumbre que vivimos los manuales apenas sirven porque las pautas que guiaban el pasado han dejado de ser útiles para el presente, y poco sabemos del futuro. La era de la incertidumbre es así. Unas líneas, con toda cautela, de lo que nos ha enseñado hasta ahora este año de guerra:
1.- La guerra sigue existiendo. Aunque los europeos nos hubiéramos olvidado de ella o la viéramos como algo lejano, propio de pueblos bárbaros y de países en vías de desarrollo, sigue siendo un instrumento poderoso. Tanto, que su mera amenaza es capaz de transformar sociedades. Lo cuenta Margaret MacMillan en su último libro, La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos (Taurus, 2021), en el que advierte de la necesidad de hacerla presente, estudiarla e intentar entenderla, como paso para prevenirla. No por obviarla va a dejar de existir; sólo el conocimiento puede ayudar a desterrarla.
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