La primera vez que escuché esta expresión fue de boca de mi hijo al hilo de una pregunta sobre las identidades sexuales; ese nuevo paradigma en el que los jóvenes se mueven como pez en el agua pero que los menos jóvenes no acabamos de entender, ni siquiera quienes lo intentamos.
He vuelto a escucharla estos días, esta vez conversando con un buen amigo, charlando sobre la imposibilidad de abordar los problemas complejos que nos rodean mediante respuestas binarias: sí-no, blanco-negro. Este empeño no sólo dificulta análisis certeros y, por tanto, ideas que ayuden a solventar los dilemas que nos rodean, sino que encierran la conversación en estrechos corsés dentro de los cuales apenas se puede respirar. Estrechos corsés confeccionados en muchas ocasiones por líderes políticos y de opinión que aún no se han percatado de que la opinión pública ya no se mueve por “paquetes de ideas”: quien vota a X piensa A, B y C; quien se siente identificado con H, opina D, E y F. Afortunadamente, en términos de calidad democrática, esto hace tiempo que dejó de ser así. La polarización ideológica y política crea mucho ruido, pero está sostenida por minorías híper radicalizadas y sectarias (especialmente en la agitada banda derecha), alejadas de la mayoría más sensata, más pragmática y a la postre menos simplista, menos binaria.
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