Una motocicleta ardiendo junto a contenedores incendiados. De todas las imágenes relacionadas con las violentas manifestaciones desencadenadas tras el encarcelamiento del rapero Hasél, esa ha sido una de la que más impacto ha causado. Tal vez porque quienes la ven piensan inmediatamente en la desolación del dueño del modesto vehículo, quizá un repartidor a sueldo de una plataforma cualquiera, cuando aquella misma noche o al día siguiente se lo encontrara calcinado. Lamentablemente, cuando se desatan este tipo de incidentes, mucha gente normal y corriente suele pagar las consecuencias de unos disturbios tan dañinos y absurdos como políticamente ineficaces, cuando no perjudiciales, para la causa de las libertades democráticas.
Desde que diversos grupos de jóvenes difícilmente calificables desde el punto de vista político se echaron a las calles para reivindicar la libertad de expresión de una manera cuando menos peculiar, el asunto ha sido objeto de un debate intenso, confuso y muy viciado por la polarización ideológica y el tacticismo de algunos líderes políticos.
Habiendo como hay una propuesta del PSOE para reformar la ley, de forma que en casos como este no se aplique la pena de cárcel, la reacción de dirigentes de Podemos pretendiendo convertir este caso en un ejemplo de lucha antifascista solo se explica por una imperiosa necesidad de diferenciarse del socio mayoritario. ¿Es antifascista un tipo que glosaba tiros en la nuca del alcalde de Lleida y cantaba las excelencias del PCE(r) –o sea, del Grapo– mientras dedicaba a Pablo Iglesias tuits despectivos? ¿Son antifascistas los que atacaron la sede de El Periódico de Catalunya o de RNE?
Si la reacción de Podemos contribuye a la confusión y enreda el análisis, ¿qué se puede decir de JxCat, reclamando nuevos modelos de actuación policial y el fin de la represión, mientras fuerzas bajo su mando siguen reventando globos oculares? Todo un clásico ya en la actuación de… Seguir leyendo en infolibre.es