La incorporación de tres exdiputados de Vox al Ejecutivo de Murcia como pago por su apoyo al PP durante la moción de censura, junto con la posibilidad de que Ayuso abra la puerta a gobernar con la ultraderecha en Madrid si los resultados electorales plantearan esa opción, ha hecho emerger una pregunta: ¿Qué ocurre cuando gobierna la ultraderecha?
Un repaso de los estudios recientes sobre el tema –por cierto, es un asunto sobre el que queda mucho por investigar– arroja una respuesta sorprendente: nada, no pasa nada. Al menos, nada que no pasara antes. Es más, los partidos de ultraderecha, cuando se ven en la tesitura de tomar decisiones y gestionar, suelen ser comidos por conflictos internos, divisiones y escisiones que les debilitan enormemente. Unos ejemplos: el partido de la Liga de las Familias Polacas se incorporó al Ejecutivo en 2005 pero una vez en el Gobierno fue presa de diversos escándalos y conflictos internos cuya consecuencia fue la caída del Gabinete en 2007; algo parecido le ocurrió al Partido de la Libertad de Austria, que entró en el Gobierno tras las elecciones de 1999, pero no pudo acabar el mandato debido a divisiones internas; e idéntica suerte tuvo el Partido por la Libertad neerlandés, cuyo apoyo al Gobierno en minoría formado tras las elecciones de 2010 tan sólo duró dos años, consecuencia de las tensiones en el seno de la formación.
El motivo de estos conflictos suele derivar de la necesidad de llegar a acuerdos con sus socios de gobierno, lo que supone tener que ceder parte de su posicionamiento inicial, con las debidas tensiones internas y las divisiones entre aquellos que defienden las esencias y quienes empiezan a ser vistos por aquellos como traidores.
La estrategia de los partidos de ultraderecha va por otro lado. Estas formaciones alcanzan sus mayores éxitos generalmente por tres vías: contaminando a otros partidos con su ideario, normalizando respuestas antidemocráticas a desafíos reales, o inventando problemas inexistentes a los que después dar una respuesta acorde a su imaginario. El terreno de la ultraderecha no es el de la gestión de gobierno, sino el de la contaminación del debate público y la subversión de los valores de convivencia democrática, y para ello necesita contar con la aquiescencia de las… Seguir leyendo en infolibre.es