Me está pasando como a mi compañera Helena Resano, a quien habrán leído en este mismo espacio, cuando escribió que no podía quitarse de la cabeza la imagen de Luis García Montero dejando un ejemplar de Completamente viernes sobre el féretro de Almudena Grandes. He visto ese vídeo en bucle a lo largo de toda la semana, y he intentado agrandar la imagen de la cara de Luis para no perderme ni un detalle de su gesto mientras en mi cabeza resonaban sus versos “pues todo se me olvida si tengo que aprender a recordarte”.
En uno de esos paseos por Twitter buscando de nuevo el vídeo me topé con este artículo de Ana Bernal-Triviño. Da en el clavo de algo sustancial: inmersas en la denuncia de la violencia machista, atentas para alertar de cada incremento de cifras trágicas, dedicadas a descifrar meticulosamente el machismo en cada gesto (y más cuando puede ser el comienzo de una agresión), se nos olvida a menudo dar voz y poner imagen a los hombres que saben amar. Esos compañeros que no anhelan estar por delante ni fingen estar detrás, sino que saben ponerse a nuestro lado, y construir con nosotras lo opuesto a lo que denunciamos día a día. Mostrar lo que son y cómo son tiene una enorme capacidad de transformación capaz de evocar no sólo que sea posible, sino que es mejor.
Por motivos distintos, algo similar está ocurriendo con otros asuntos, como la migración. Lo describen Por Causa y Political Watch en un informe, presentado esta misma semana, sobre la percepción que existe en España de dicho fenómeno. La política del miedo: una radiografía de la narrativa de las migraciones en el Congreso de los Diputadosanaliza cómo es tratado este tema en el Parlamento. Con la derecha y la ultraderecha capitalizando el discurso al respecto (entre Vox y el PP suman el 83% de las iniciativas relacionadas con la cuestión), las intervenciones sobre la migración la han convertido en sinónimo de amenaza, problema y crimen. Podrá pensarse que era de esperar, pero tampoco la izquierda está a la altura. Con excepciones, los parlamentarios progresistas suelen optar por obviar el asunto y renuncian a ofrecer un marco alternativo poniendo en valor la riqueza de las sociedades interculturales, la oportunidad de aprendizaje que supone vivir entre diferentes, e incluso, aunque sea desde un punto de vista egoísta y pragmático, cómo la migración puede ser una solución para el problema demográfico de Europa, como señalaba con acierto Andrea Rizzi en esta columna hace unos días. Si defendemos sociedades interculturales (no sólo ya “multiculturales”) es… Seguir leyendo en infolibre.es