Hace algo más de un año, cuando las vacunas se estaban haciendo realidad y ya se planificaba la manera de suministrar el pinchazo de la forma más efectiva, empezaron a aparecer estudios que decían que, en España, aproximadamente un 45% de la población adulta tenía muchas dudas sobre si vacunarse o no, y muchos de ellos lo rechazaban de plano.
Extrañados por una actitud negativa tan amplia, que suponía un cambio de comportamiento por parte de la sociedad española, enseguida comprobamos que quienes rechazaban el pinchazo no eran en realidad antivacunas, sino que estaban expresando una fuerte dosis de desconfianza institucional. Una fórmula obtenida en tiempo récord y sin conocer todavía sus efectos a largo plazo hacía dudar a muchos de su conveniencia, y el hecho de que la OMS, la Agencia Europea del Medicamento o las distintas autoridades sanitarias aprobaran su uso no les tranquilizaba en absoluto. En aquel momento se plantó la hipótesis de que no se trataba de antivacunas, sino de desconfianza institucional.
Un año después hemos comprobado cómo ese porcentaje se ha ido reduciendo a las cifras habituales. Según el barómetro del CIS de septiembre, solo un 2% de los que aún no se habían vacunado afirmaban que no lo harían. La hipótesis anterior parece que iba por el buen sentido. Conforme la vacunación iba avanzando y se comprobaba su efectividad, la desconfianza iba mermando. ¿Del todo?
España no es un país de antivacunas, y hay motivos históricos que lo explican. Ahora bien, de un tiempo a esta parte, se empieza a observar que las reticencias se están incrementando entre el grupo de 30 a 39 años, algo que resulta clave en estos momentos, ya que se trata de los padres y madres de los menores que… Seguir leyendo en infolibre.es