Huyendo como de la pólvora del griterío que desborda el debate político, se corre el peligro de sacralizar el consenso y olvidar que la política consiste precisamente en gestionar los desacuerdos.
El 15 de septiembre ha sido declarado por Naciones Unidas Día Internacional de la Democracia. Es una oportunidad para examinar la calidad de los sistemas democráticos en este paradójico momento en el que más países y personas viven ―al menos formalmente― bajo este régimen, pero no cesa de aumentar la preocupación ante el riesgo que suponen en todo el mundo las ideologías y las prácticas de matriz totalitaria.
Este año, Naciones Unidas ha dedicado la jornada a la prevención de conflictos, centrándose en la “necesidad de reforzar las instituciones democráticas para promover la paz y la estabilidad”. Recuerda así que las sociedades resilientes son capaces de dirimir sus disputas a través de la mediación, el diálogo y un grado razonable de legitimidad de sus instituciones. Es un planteamiento que puede sonar lejano, trasladándonos a esos oscuros rincones del planeta a los que miramos con una mezcla de miedo y recelo porque allí la democracia no existe o es un simple sucedáneo. Sin embargo, haríamos mal si en esta parte del mundo que presume de haber conseguido democracias dignas de… Seguir leyendo en elpais.com