Se suceden los análisis que indagan las causas de la división del independentismo en esta Diada y, como suele suceder, se acude al menudeo, a la micropolítica, al detalle del gesto de unos o del tuit de otros. La lógica informativa opera en ese plano y es normal que así sea, pero resulta interesante levantar la mirada y e intentar ver más allá.
En la última década los partidos independentistas catalanes han sabido encontrar, generalmente ayudados por las políticas articuladas desde Moncloa y especialmente en tiempos de Rajoy, un nexo de unión por encima de todo lo demás. Sin ocultar sus diferentes programas e ideologías, la estelada tenía por sí misma suficiente potencia como para animar manifestaciones kilométricas. ¿Qué había más importante?
Sin embargo, a la hora de bajar la pelota al suelo y empezar a hablar no sólo de política, sino también de políticas, la bandera se ha quedado pequeña. El primer caso fue el de la mesa de diálogo, a la que Esquerra Republicana apuesta buena parte de su gobierno, frente a Junts, donde todo son recelos y sospechas. El «cuanto peor, mejor», sigue siendo la mejor baza de algunos líderes ultraespañolistas y ultracatalanistas.
Otro caso, más reciente, ha sido el de la ampliación del aeropuerto de El Prat. Desde el mismo momento de su anuncio, a comienzos de agosto, las divisiones se hicieron visibles en la sociedad catalana, en el Govern de la Generalitat, dentro de la propia Esquerra Republicana, y en la mesa del Consejo de Ministros. ¿Qué diabólico elemento es capaz de generar tensiones en todos estos ámbitos como para hacer estallar –al menos de momento- la sacrosanta unidad nacionalista catalana? La respuesta es conocida: las afecciones ambientales del proyecto y la defensa del territorio. En torno a estas cuestiones, dos nacionalismos: el que se ancla en el territorio y el que… Seguir leyendo en infolibre.es