El sistema de partidos en España sigue lejos de consolidarse. Instalado en el bibloquismo, cada vez que se abren las urnas un partido emerge con fuerza o cae estrepitosamente. De ahí que el juego dentro de cada bloque tenga tanta importancia. Porque a izquierda y derecha –e incluso en el espacio de los nacionalismos periféricos–, las alianzas, a menudo forzadas por las propias circunstancias, implican recelos y competencia entre los socios. Cada nicho electoral es objeto de disputa, en una guerra de liderazgos y relatos a veces suicida.
En los últimos años, dos fenómenos de enorme calado se han producido en el bloque conservador. El primero, la división en hasta tres marcas de ámbito nacional. El PP, que conseguía aglutinar desde el centro derecha hasta la extrema derecha, saltó hecho añicos fruto de la corrupción. Primero Ciudadanos y luego Vox se convirtieron en receptores de esa parte del electorado frustrado con los populares.
El segundo fenómeno de alcance se ha visto esta semana cuando, tanto Casado como Ayuso y Aznar, han coincidido en lanzar críticas en un caso y amenazas de revancha en otros, ante la posición de parte de la Iglesia y del empresariado respecto a los indultos. Hubiera bastado con una declaración elegante y distante que mostrara el malestar. Sin embargo, las alusiones han sido continuas y llenas de ira. Así lo dejó ver Casado al afirmar que «ningún lobby en búsqueda de fondos europeos ni ningún cabildeo cortesano logrará apartarnos de nuestro camino, porque estamos seguros de que es el mejor para los españoles y sabemos que van a compartirlo mayoritariamente con nosotros muy pronto», y añadir: «Los que se fueron de Cataluña para mantener su cuenta de resultados frente al independentismo no pueden pretender ahora que nos vayamos de Cataluña para la cuenta de resultados de Sánchez con el independentismo». Aznar lo vio y subió la apuesta: «Son días para apuntar, para tener en la cabeza y no olvidar». Lo que se ha dicho de los obispos en las redes y en los medios adscritos a la derecha «dura» no ha sido precisamente bonito.
Es la primera vez en decenios que la derecha muestra un instinto caníbal tan agresivo. Ese revolverse contra sí misma, o al menos contra instituciones y entidades que siempre fueron cosa suya, alcanza ya a la mismísima monarquía –»Felpudo VI», llaman al rey los tuits de los ultras– y ponen bajo sospecha al Ejército y a las fuerzas de seguridad del Estado, cuya subordinación al poder civil es puesta en tela de juicio: ¿Por qué no hacéis nada?, se les interpela con creciente enfado desde las redes sociales. En el plano interno todo esto visibiliza un polo que emerge en el extremo derecho del PP, capitaneado por Díaz Ayuso y respaldado por Aznar. Si Casado tenía poco con la presión de Vox… Seguir leyendo en infolibre.es