Acaba de terminar un año plagado de curvas en el camino de la transición ecológica. Cuando el 24 de febrero Vladímir Putin invadió Ucrania, la guerra sacó a la luz nuestras incoherencias y contradicciones y descubrió dos nuevos enemigos del clima: el retardismo y la especulación. Todo esto, mientras se acumulaban evidencias del cambio climático en todo el mundo y se comprobaba cómo sus efectos encadenados generaban una peligrosa espiral de insostenibilidad.
Entre las buenas noticias que ha dejado 2022 cabe destacar que el conocimiento sobre las consecuencias de la crisis climática está avanzando de forma considerable, y se miden ya no solo sus repercusiones biológicas, sino también las afecciones a la salud, pérdidas económicas, y desafíos para las sociedades igualitarias y las democracias. Como muestran numerosos estudios, la sociedad va entendiendo que dependemos de la biosfera, lo que significa que nuestra salud, tanto en lo individual como en lo colectivo, está vinculada a la suya. A ello apuntaba la Unión Europea cuando en diciembre de 2019 anunció el Pacto Verde Europeo y luego se reafirmó en el Programa de Recuperación, Transformación y Resiliencia Next Generation, que hacía de la economía verde uno de sus ejes.