Andan los partidos ultimando candidaturas. Ese momento en el que la organización se tensa al máximo para ponerse en modo electoral. Las familias, tendencias y corrientes se agrupan y reagrupan o se rompen y dividen; aparecen nuevas alianzas y los enemigos de los enemigos acaban siendo amigos.
De unos años a esta parte, a esta circunstancia tan compleja se le une otra dificultad: la que supone encontrar candidatas y candidatos para aquellos casos donde el desempeño de cargo público no está retribuido, sólo lo está parcialmente, o no tiene aparejada una cuota relevante de poder.
Quienes —sean del partido que fueren— se fajan por el territorio preparando candidaturas cuentan que nunca como ahora habían tenido este tipo de dificultades. El desprestigio de la política llega a tal punto que, salvo para cargos especiales de gran notoriedad, la vocación política no abunda. Participar en una lista electoral, de entrada, se enfrenta al principio de sospecha: ¿Qué querrá?, ¿Qué buscará? Apoyado en esa concepción procedente del franquismo que aconseja, en palabras del propio dictador, “haz como yo, no te metas en política”, lo peor del pensamiento conspiranoico empieza a operar cuando ves a tu prima, tu vecino, tu compañero de trabajo o tu jefa anunciando que se incorpora a una candidatura.
Para seguir leyendo en… infolibre.es