Poco a poco se va entendiendo que el mantra de la unidad de la izquierda no funciona siempre y en todo lugar. Las coaliciones electorales las carga el diablo, y es bien sabido que en política dos y dos raramente suman cuatro. Entre otras cosas porque, a diferencia de lo que ocurre en las Ciencias Exactas, en este terreno las sumas siempre llevan aparejada alguna resta. Es decir, no todos los votantes de las formaciones que integran la coalición están de acuerdo con la misma y pueden ver como una traición y una pérdida de identidad el acuerdo. Por lo tanto, de partida, muchas coaliciones salen con pérdidas de votos. ¿Cómo revertir esto?
Para que las coaliciones —entre partidos no mayoritarios, se entiende— sean exitosas deben darse, al menos, dos condiciones: una de carácter técnico y otra política. La técnica la conoce cualquier aficionado a estos asuntos, y es que cuanto más pequeña sea una circunscripción —y por tanto menos accesible en un sistema proporcional— más interesa aglutinar el voto mediante alianzas que sumen. Por el contrario, en las circunscripciones grandes, donde se reparten más escaños, caben las alegrías y es perfectamente factible que existan diversas candidaturas en un mismo espacio ideológico que eviten la pérdida de votos de las coaliciones siempre y cuando todas llegue al mínimo porcentaje requerido en la realidad (no sólo el legal). Existe una enorme diferencia entre elegir 11 diputados, como es el caso de Huelva y Jaén, o 18, como ocurre en Sevilla.
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