La semana pasada la revista catalana Política & Prosa organizó un debate en Lleida para presentar su último número con un dossier especial dedicado a analizar las relaciones de vecindad entre Aragón y Cataluña. Lo hizo en la Cámara de Comercio, moderado por la periodista Montserrat Perera, en un salón de actos abarrotado de profesionales, empresarios, personalidades de la sociedad civil, y representantes de instituciones de esas que parecen pequeñas: ayuntamientos, comarcas… Si a alguien le interesa cómo vemos unas y otros esas relaciones, puede consultar los artículos publicados aquí.
Más allá de este aspecto, parcial pero trascendental para todos los que vivimos por las tierras del Este, una idea sobrevoló aquel salón de actos que reunía sensibilidades, ideologías y pareceres diversos. Como planteó uno de los intervinientes desde el público, a la sociedad civil, a los empresarios y empresarias, a los vecinos y vecinas y al tejido plural y diverso que la compone, es a los primeros a los que interesa restablecer unas relaciones que históricamente han sido fuente de enriquecimiento mutuo –en todos los sentidos– y “recoser” las costuras que el procés abrió. En lógica democrática, si a la sociedad le interesa eso, es de suponer que primará en las urnas a aquellas fuerzas políticas que, dentro de cada espacio ideológico –derechas, izquierdas, indepes y no indepes–, defiendan las posturas más tendentes al acuerdo. Así pasó ya el 14 de febrero de 2021 en las últimas elecciones catalanas y, si las encuestas no fallan, así seguirá ocurriendo.
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