Italia ha votado sin sorpresas. A falta de conocer los últimos datos del escrutinio, la formación posfascista Fratelli d’Itali ha ganado con rotundidad las elecciones y dirigirá el gobierno de coalición junto con el resto de fuerzas de la derecha.
Desde el año 2006, en que la participación fue del 83,6%, la abstención no ha dejado de crecer en Italia. En este caso, claramente por la izquierda. La apatía de la política crece sobre una base de descontento y frustración. La pérdida de poder adquisitivo que supuso la entrada en el euro, la gestión de la crisis del 2008 con una UE dispuesta a meter en vereda al sur de Europa y, por supuesto, la existencia de gobiernos tecnocráticos no salidos de las urnas, han llevado a Italia a niveles récord de abstención y a la búsqueda de una alternativa en el único partido que no formó parte del último gobierno de concentración. Aunque sean los herederos directos del fascismo, un siglo después de la marcha sobre Roma.
En Italia –¡también en Italia!– el “que viene el lobo” ya no vale para parar a la ultraderecha. Entre otras cosas, porque a los ojos de buena parte de los electores, se han convertido en la alternativa, el único partido que no formaba parte del sistema político instituido, en algo nuevo que pueda aportar soluciones distintas. Si la izquierda no ofrece un discurso creíble, sus electores se quedan en casa. Los conservadores han salido a votar a aquello que les parece diferente. ¿Qué supone esto? Lo explicaba aquí Andrea Rizzi hace unos días: es el fin de la Italia construida sobre el rechazo al fascismo. Y si se quiere profundizar, es más que recomendable el análisis que Daniel Vicente Guisado y Jaime Border Gil hacen en Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia (Apostroch).
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