Año 2023: tres convocatorias electorales en un contexto de incertidumbre y convulsión internacional hacen de este año un momento especial. Apasionante para quienes nos dedicamos a analizar la realidad socio-política, quizá excesivo para quienes lo ven desde la distancia. Directores de campaña afinan su estrategia, los partidos presentan los rostros más relevantes; las incógnitas comienzan a despejarse. Pero en el fondo, subyaciendo a cada gesto, emerge una perversión de la lógica democrática.
La repetición electoral de las legislativas del año 2019 ha provocado que este año se vayan a abrir tres urnas: cronológicamente, las dos primeras se pondrán en todos los municipios y en doce comunidades autónomas; las terceras, para elegir a congresistas y senadores. Cada una de ellas debe responder a una pregunta distinta: ¿quién quiere usted que gobierne los próximos años su ciudad, su comunidad autónoma, y este país?
La lógica del sistema, sin embargo, está operando en otra dirección. Absorbidos cada vez más por los vericuetos de la política nacional, toda la estrategia electoral está orientada a lo que se considera la gran cita: las elecciones legislativas previstas para fin de año, cuando elegiremos diputados, diputadas, senadores y senadoras; quienes a su vez elegirán al presidente o presidenta del Gobierno de España. Tanto es así, que en no pocas ocasiones se alude a las municipales y autonómicas como la “meta volante” o la “primera vuelta” de las generales. En definitiva, elecciones de segunda frente a la gran cita, las legislativas.
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