Acaba de publicarse el último libro de la colección #MásCulturaPolítica #MásDemocracia editada por la asociación Más Democracia y Gedisa. Está dedicado a un tema candente: Pensar la polarización (Gedisa) y escrito por el profesor de filosofía de la Universidad Carlos III Gonzalo Velasco. Este título se une a otros análisis excelentes de politólogos, sociólogos y filósofos españoles. (Torcal, M. De votantes a Hooligans, editorial Catarata; Miller, L. Polarizados, editorial Deusto; Orriols, Ll. Democracia de trincheras, editorial Península, Colomer, J. La polarización política en EEUU, editorial Penguin). Gracias a estos trabajos y otros que llegarán, poco a poco el debate se va centrando, intentando que sea útil para entender el problema que pretende explicar. En contra de lo que habitualmente se entiende en el debate público, polarización no es extremismo, ni discrepancia, ni por supuesto crispación. Como afirma Luis Miller, “La polarización no es extremismo político, sino alineamiento e identificación con diferentes grupos e identidades”. Así, la polarización política apunta al alineamiento de los partidos y sus seguidores en torno a posturas cada vez más alejadas; la afectiva habla del apego hacia los partidos con los que nos sentimos identificados y el odio hacia los otros; y Miler introduce la idea de polarización cotidiana para señalar cómo vivimos en burbujas cada vez más autorreferenciales y distantes entre sí.
Entre los muchos factores que estos libros tienen en común, uno sobrevuela de manera clara: hay que devolver el debate político a la esfera de la política, liberándolo del objetivismo moral y la preponderancia de las emociones. Gonzalo Velasco lo explica de forma clara: “La moralización de la vida pública supone una extensión ad infinitum del debate sobre lo que es tolerable y lo que no lo es. Por esto, estudios recientes en el ámbito de la filosofía aplicada han propuesto explicar la polarización afectiva como una consecuencia del objetivismo moral. (…) Los objetivistas morales creen que sus opiniones morales son correctas en un sentido objetivo y, por tanto, invalidan las opiniones morales opuestas por considerarlas errores. El objetivismo moral, por tanto, no es una creencia moral, sino una actitud hacia las creencias que pueden derivar en intransigencia, ceguera e intolerancia”. Un ejemplo lo aclara: “El problema está en reaccionar en una discusión sobre política fiscal como lo haríamos en presencia de un intento de asesinato.”
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