La crisis medioambiental empieza a impactar negativamente en nuestra salud mental. ¿Cómo podemos transitar de la angustia paralizante y la impotencia a emociones positivas que impulsen la acción y el cambio? En una comunicación en positivo podría estar parte de la respuesta.
Las evidencias sobre el cambio climático se acumulan. En este verano de 2022 las olas de calor, que comenzaron ya en mayo, se encadenan unas con otras; la sequía hace estragos en el sur de Europa; el continente europeo arde por los cuatro costados, y se empieza a entender, al fin, que la salud del planeta es la de los humanos y la de ese constructo en que viven que son las sociedades. El cambio climático amenaza la vida de las personas y la cohesión social.
Todo esto que hoy se ve con la fuerza de los hechos lleva años emergiendo y reflejándose en la opinión de la ciudadanía. Eurobarómetros, estudios a nivel nacional y trabajos de los más prestigiosos centros de investigación social lo avalan. Sin embargo, en los últimos años, se ha dado un paso más. De mostrar preocupación se ha pasado a hablar de ecoansiedad. Un término más mediático que científico pero que, sin duda, genera alarma.
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