Ni las entregas de los audios de Villarejo —aquí lo último sabido— ni la multa a las seis principales constructoras por haber alterado durante 25 años miles de licitaciones públicas destinadas a la edificación y obra civil de infraestructuras han generado mayor escándalo. Es cierto que ni una cosa ni la otra nos sorprenden, pero lo obsceno de conocerlo de una forma tan evidente debería, al menos, siquiera fuese por estética democrática, provocarnos un intenso sarpullido moral. Vemos cómo se confirman de nuevo los viejos vicios que arrastra nuestro sistema político, una confirmación tan patente e indudable que no deja lugar a dudas.
Los audios de Villarejo dejan al descubierto, de momento, operaciones de espionaje a Bárcenas y una turbia red de mentiras para acabar con Podemos amasadas gracias a una comunión de intereses entre actores diversos. Con la cúpula del Partido Popular en el centro del escándalo, el omnipresente comisario Villarejo, junto a periodistas, jueces y altos funcionarios del Estado se interrelacionaron para sabotear los propios fundamentos de la democracia. Se corrobora así que los problemas de corrupción no responden a la metáfora de la “manzana podrida”, en alusión al corrupto como una excepción dentro de un entorno sano, sino a la de la “cesta de cerezas”, en la que tiras de una y acabas llevándote una red de, cuando menos, cooperadores necesarios.
De la misma manera, los acuerdos bajo mano de las seis grandes constructoras para repartirse licitaciones públicas burlando el sacrosanto principio de libre competencia confirma que en los grandes centros de poder conocen perfectamente que el principio de cooperación es mejor que el de competencia, por lo que se aplican el primero y apoyan fervientemente a las corrientes ideológicas que defienden el segundo para los demás. Es difícil imaginar mayor cinismo.
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