Las diferencias entre los partidos de Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon son tan notables en el paradigma populista como lo fueron en el liberal
Lo peor que le puede pasar a un concepto no es tanto que no describa con precisión aquello que pretende definir como que, además, se convierta en una “palabra encubridora”, como califica el politólogo Pierre Rosanvallon al término “populismo”. Máxime si se hace con intención de descalificar y deslegitimar críticas o propuestas ajenas. Las elecciones francesas han vuelto a traer a primera plana este debate y nos permiten valorarlo con el desapasionamiento que da la distancia.
Bajo la palabra “populismo” se alude a realidades que nada tienen que ver, lo que dificulta entender el fenómeno y darle respuesta. Los análisis que señalan que el populismo obtuvo en la primera vuelta el 45% de los votos lo hacen sumando los apoyos que recibieron Le Pen y Mélenchon, interpretando en ellos un claro signo de malestar, rechazo al establishment y crítica a las democracias liberales. Apelan así a los elementos que suelen identificarse con el populismo: nosotros versus ellos, preferencia por la democracia directa en detrimento de la intermediación, repliegue hacia el Estado nación como rechazo de esta globalización y una cultura política anclada en las emociones. O, como sintetizan algunos autores, la crítica a las élites y el rechazo del pluralismo. Sigue leyendo en elpais.com