Quienes no son capaces de valorar la significatividad de los hechos sociales, difícilmente van a poder ejercer la representación que exige una democracia de calidad
Las democracias liberales nacen ligadas a la representación. Una representación que, para ser de calidad, no puede quedar restringida a lo que acontece entre cargos electos, sino que necesita prestar atención a lo que pasa fuera de las instituciones, en el espacio de los representados. Especialmente, a lo significativo. Juntos, ambos conceptos ayudan a mejorar la calidad de las democracias. La actualidad deja dos ejemplos de la importancia que entender lo significativo tiene para poder ejercer la representación con los mayores estándares de calidad.
El primero lo encontramos en la reforma laboral. Ante el acuerdo alcanzado por organizaciones sindicales y empresariales, no pocos grupos políticos, con toda la legitimidad que les asiste, han hecho constar su malestar por no haber podido participar suficientemente en el contenido de la misma. Nadie duda que esto hubiera sido lo deseable desde el principio, pero habiendo hecho constar la crítica, hay que tomar una decisión. Quienes se oponen a votar esta reforma obvian, o al menos, no valoran suficientemente lo significativo de un acuerdo previo, el primero en décadas, logrado entre organizaciones sindicales y empresariales. Que entidades con intereses tan divergentes hayan encontrado puntos de encuentro suficientes en una cuestión trascendente emite señales de lo significativo del asunto. Como la historia enseña, y recordaba Antón Costas hace unos días en estas páginas, las grandes reformas necesitan de un consenso social y político amplio para ser duraderas. No valorar la importancia de este acuerdo lo suficiente como para dejar de lado otras discrepancias políticas es plenamente legítimo, pero denota una noción de representación poco exigente, correcta en lo formal pero alejada de lo que exigen las democracias de calidad. Ahonda, además, en esa imagen de la política institucional como algo aislado de la sociedad… Seguir leyendo en elpais.com