La imagen de los chalecos amarillos debería colgar de muchos despachos oficiales como un incentivo para no olvidar qué puede ocurrir cuando el diálogo no existe, o equivoca la estrategia
La comunicación es consustancial a la política. No es posible entender la política sin comunicación, y en toda comunicación hoy un anhelo político; es decir, una pretensión de seducir, de convencer, de atraer al otro hacia posiciones propias.
En momentos de transiciones múltiples como los que se viven hoy, este asunto cobra vital importancia, ya que de esa comunicación depende el éxito de cambios que exigen romper inercias. De ahí que comunicar bien, si siempre es importante, en periodos de cambio resulta vital. Casi es sinónimo de gobernar. La cuestión es cómo se lleva a cabo tan decisiva actividad.
Nos encontramos de lleno en uno de esos momentos. Al contrario de lo que ocurrió en la gran recesión de 2008, hoy la apuesta de Europa por políticas de recuperación, transformación y resiliencia abre un escenario que puede permitir cortocircuitar la expansión de la crisis a cambio de acometer transformaciones de calado. Ahora bien, esto supone romper las inercias de modelos muy asentados y modificar culturas muy arraigadas. En este contexto, para que la comunicación cumpla con su cometido, ha de ser entendida como una conversación liderada por quienes gobiernan y dirigida a seducir al conjunto de… Seguir leyendo en elpais.com